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subiendo los dos pisos cuyas escaleras recordaba tan bien. Llamó a la puerta de
Laura. Se oyó un movimiento en el interior. La puerta se abrió lentamente.
-He venido por las niñas -dijo.
Laura se echó hacia atrás.
-Entra -contestó.
El perfume que llevaba comenzó a traerle recuerdos. Sus ojos se veían ardientes
y llorosos.
-Queda muy poco tiempo -le dijo él.
La mano de Laura tomaba la suya en la oscuridad.
-¿Puedes meterlas en una Madriguera? -preguntó. Y luego débilmente-: Las hice
acostarse. No se me ocurrió otra cosa.
No podía verla, pero se la imaginaba: el corto cabello color arena; los ojos de color
chocolate; su cuerpo tan familiar, grácil y cálido bajo la bata. Ya no importa ahora,
nada importa en la última loca noche del mundo.
-Ve a buscarlas -le ordenó-. Rápido.
Hizo lo que le decía. Pam y Lorrie, podía escucharlas quejarse en voz baja porque
las hubiera despertado en medio de la noche; suaves cuerpecillos, con el húmedo
olor infantil a sueño y seguridad. Luego Laura se arrodilló, apretándolas contra
ella, una tras otra. Y supo que las lágrimas debían mojar sus mejillas. Pensó: dí
adiós, rápido. Besa a tus niñas en despedida y mira como te quedas sola en la
oscurida que ni siquiera tendrá fin. ¡Ah, Laura, Laura...!
-Llévatelas rápido, Tom -le dijo Laura. Y luego se abrazó a él por un instante-. Te
amo, Tom. Nunca dejé de hacerlo.
Alzó a Pam en brazos y tomo de la mano a Lorrie. No se arriesgó a hablar.
-Adiós, Tom -dijo Laura, y cerró la puerta tras él.
-¿No viene mami? -preguntó Pam adormilada.
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-Luego, querida -dijo suavemente Tom.
Las llevó haste el coche, con Kay.
-No las dejarán entrar -dijo ella-. Ya verás.
-¿Dónde es Kay?
Ella permaneció en un obstinado silencio y Henderson notó como sus nervios
estallaban.
-Kay...
-De acuerdo -le dio la dirección a regañadientes, como si odiase tener que
compartir su supervivencia con él. Ni miraba a las niñas, dormidas de nuevo, en la
parte de atrás del coche.
Atravezaban la ciudad, la saqueada y torturada ciudad que ardía y se hacía eco de
la histérica alegría de las Fiestas Estelares y que ya hedía a muerte.
En dos ocasiones casi chocaron con coches sin control, repletos de gente
borracha, desnuda, loca, repletos del desesperado deseo de hace que aquella
última noche fuera más vibrante que las anteriores, la más vibrante desde el inicio
de los tiempos.
Los faros iluminaban cuadros propios de algún salvaje infierno mientras el coche
corría por el cementerio de cemento en que se había transformado la ciudad.
Una mujer colgada por los tobillos, con su falda cubriéndole la cabeza y torso, con
las piernas y nalgas marcadas por los latigazos...
Gentes arrodilladas en la calle, cantando salmos, y no moviéndose cuando un
camión abrió un camino por entre ellos. Y el himno, débil y quejumbroso,
haciéndose oír por entre los gemidos de los moribundos: Roca de los tiempos,
refugio para mí, deja que me oculte dentro de ti...
Adoradores del sol, recién convertidos y trogloditas bailando alrededor de una
fogata alimentada por libros...
Los espasmos agónicos de un mundo, pensó Henderson. Lo que sobreviva al
fuego y al diluvio tendrá que ser mejor.
Y entonces llegaron a la misteriosa colina que era la entrada a la Madriguera, el
refugio de kilómetros de profundidad, arropado por conductos de refrigeración y
roca
protectora.
-Allí -dijo Kay-. Donde está la luz. Habrán guardias.
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Tras ellos ardían los fuegos en la ciudad. La noche iba siendo iluminada por la
luna que se alzaba, una luna demasiado roja, demasiado grande. Quizá queden
cuatro horas, pensó Tom. O menos.
-No puedes llevarlas- susurraba secamente Kay-. Si lo intentas, tal vez no nos
dejen entrar a nosotros. Es mejor dejarlas aquí... dormidas. Ni se enterarán.
-Es cierto -dijo Tom.
Kay salió del coche y comenzó a subir por la ladera cubierta de nierba.
-¡Entonces, ven!
A medio camino de la colina, Henderson podía ya ver la silueta vigilante de los
guardias: centinelas sobre el cadáver de un mundo.
-Espera un momento -dijo él.
-¿Qué pasa?
-¿Estás segura que podremos entrar?
-Naturalmente.
-¿Sin hacer preguntas?
-Lo único que necesitamos son los discos. No pueden conocer a todos los que
tienen que entrar.
-No -dijo Tom en voz baja-. Claro que no.
Se quedó mirando a Kay a la luz de la luna roja.
-Tom
Tomó la mano de Kay.
-No valíamos mucho, ¿no, Kay?
Los ojos de ella estaban muy abiertos, brillantes, mirándolo.
-¿Acaso esperabas otra cosa?
-¡Tom... Tom!
La pistola apenas pesaba en su mano.
9
-Soy tu esposa... -dijo con voz ronca.
-Imaginémosmo que no lo eres. Hagamos ver que es una Fiesta Estelar.
-Por Dios... por favor... no... no... no...
La Luger saltó en su mano. Kay se derrumbó sobre la hierba desmadejadamente y
se quedó allí, con los ojos vidriosos y abiertos en horrorizada sorpresa. Henderson
le abrió el traje y tomó los dos discos de entre sus senos. Luego, la cubrió
cuidadosamente y le cerró los ojos con el índice.
-No te perdiste gran cosa, Kay-dijo, mirando hacia ella-. Tan sólo lo de siempre.
Regresó al coche y despertó a las niñas.
-¿Dónde vamos ahora, papi? -preguntó Pam.
-Arriba de esa colina, hijita. Donde está la luz.
-¿Me llevas en brazos?
-A las dos -dijo, y dejo caer la Luger sobre la hierba. Las alzó y las llevó colina
arriba hasta llegar a treinta metros de la entrada de la casamata. Entonces, las
dejó en el suelo y les dio un disco a cada una -. Id hasta la luz y entregad estas
cosas -les dijo, y les dio un beso.
-¿Tú no vienes?
-No, queridas.
Lorrie parecía que fuera a empezar a llorar.
-Tengo miedo.
-No hay nada de que tener miedo -dijo Tom.
-Nada en absoluto -dijo Pam.
Las miró alejarse. Luego, vio como un guarda se arrodillaba y las abrazaba a
ambas. Aún queda algo de ternura en este abandono de las inhibiciones, pensó,
todavía queda algo bueno. Desaparecieron en el interior de la Madriguera y el
guarda se puso de pie, saludando hacia la oscuridad con un brazo. Henderson se
volvió y descendió por la colina, dando un rodeo para no pasar por donde yacía
Kay, cara al cielo. Un cálido viento seco le rozó el rostro. El tiempo corre aprisa ya,
pensó. Subió al coche y regresó a la ciudad. Aún quedaban algunas horas de la
última noche del verano, y Laura y él podrían contemplar la aurora roja, juntos.
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