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en que Set habitaba la tierra con forma humana. ¡Tal vez la raza que nació de él enterraba los huesos de
sus reyes en cajas como éstas!
-¿Quieres decir que uno de estos esqueletos se levantó, estranguló a Kallian Publico y luego se
marchó?
No era un hombre lo que había en este cuenco -susurró el empleado, mirando asombrado con ojos
desorbitados-. ¿Qué hombre podría estar enterrado ahí dentro?
Demetrio lanzó un juramento y dijo:
-Si Conan no es culpable, el asesino se encuentra todavía en algún lugar del edificio. Dionus y Arus,
quedaos conmigo, y vosotros tres, los prisioneros, permaneced aquí también. ¡Los demás que
busquen por toda la casa! El asesino, en caso de haber conseguido huir antes de que Arus encontrara el
cadáver, sólo pudo haber escapado por el mismo lugar por el que entró Conan, y entonces el bárbaro
lo habría visto, en caso de que no mienta.
-No vi a nadie más que a este perro -gru ó Conan, se alando a Arus.
-Claro que no viste a nadie -dijo Dionus-, porque tú eres el asesino. Estamos perdiendo el tiempo, pero
buscaremos por pura formalidad. Y si no encontramos a nadie, ¡te prometo que te quemaremos vivo!
¡Recuerda la ley, mi salvaje de negra melena: por matar a un artesano, te envían a las minas; por
asesinar a un mercader, te cuelgan, y por dar muerte a un se or, te queman en la hoguera!
Conan ense ó sus dientes por toda respuesta. Los hombres comenzaron a registrar. Los que se
quedaron en la habitación oyeron sus pasos arriba y abajo, moviendo objetos, abriendo puertas y
gritando de una habitación a otra.
-Conan dijo Demetrio-, ¿sabes lo que supone para ti que no encuentren a nadie?
-Yo no lo maté -gru ó el cimmerio-. Si él hubiera intentado hacerme algo, le hubiera roto el cráneo,
pero no lo vi hasta que tuve delante de mí su cadáver.
-De todas formas, alguien te habrá enviado aquí a robar -manifestó Demetrio-, y con tu silencio te
haces cómplice del asesinato. El mero hecho de estar aquí es suficiente para enviarte a las minas,
admitas o no tu culpabilidad. Pero si nos cuentas todo, podrás salvarte de la muerte en la hoguera.
-Está bien -respondió el bárbaro de mala gana-, vine aquí a robar la copa zamoria de diamantes. Un
hombre me entregó el plano del Templo y me dijo dónde la encontraría. Está en ese cuarto -dijo Conan
se alando la habitación de al lado-, en un nicho que hay en el suelo bajo la efigie de un dios shemita
hecha de cobre.
-Dice la verdad -afirmó Promero-. No creo que haya seis hombres en todo el mundo que sepan dónde
está escondida esa copa.
-Y. de haberlo conseguido -preguntó Dionus con desprecio-, ¿se la habrías entregado realmente al
hombre que te contrató?
De nuevo los ardientes ojos del cimmerio lanzaron destellos de cólera y rencor.
-No soy un perro -dijo el bárbaro entre dientes-. Yo cumplo con mi palabra.
-¿Quién te envió aquí? -inquirió Demetrio, pero Conan permaneció en un hosco y empecinado
silencio.
En ese momento llegaron los guardias después de haber registrado toda la casa.
-No hay ningún hombre escondido en esta casa -dijeron-.
Hemos registrado todo el edificio. Encontramos la portezuela del techo por la que entró el bárbaro, y
el cerrojo que partió en dos. Si un hombre se hubiera escapado por allí, lo habrían visto los guardias, a
menos que hubiera huido antes de haber llegado nosotros. Además, habría tenido que apilar algunos
muebles para llegar a la trampilla, y no hay se ales de que alguien lo haya hecho. Pero ¿no habrá
escapado por la puerta principal antes de que Arus diera la vuelta al edificio?
-No, porque la puerta estaba cerrada con llave por dentro -repuso Demetrio- y las únicas dos llaves que
abren la cerradura son las que tiene Arus y la que todavía cuelga del cinto de Kallian Publico.
-Yo creo haber visto la soga que utilizó el asesino -dijo un guardia.
-¿Y dónde está, imbécil? -exclamó Dionus.
-En la habitación de al lado -respondió el otro-. Es una gruesa soga negra enrollada alrededor de una
columna de mármol. No pude llegar a ella.
El guardia los condujo hasta un cuarto lleno de estatuas de mármol y se aló una columna muy alta.
Luego se detuvo estupefacto.
-¡Ha desaparecido! -exclamó con un grito.
-Nunca estuvo allí -dijo Dionus con un bufido.
-¡Por Mitra que estaba allí hace un momento! La vi enrollada alrededor de la columna, justo encima de
aquellas hojas grabadas. Está tan oscuro allí arriba que no pude ver mucho más; pero estaba allí.
-Estás borracho -dijo Demetrio dándole la espalda-. Ese lugar está demasiado alto como para que un
hombre pueda llegar hasta allí, y no hay nadie capaz de trepar por esa columna tan lisa.
-Un cimmerio podría hacerlo -dijo en voz baja uno de los hombres.
-Es posible. Digamos que Conan estranguló a Kallian, ató la cuerda alrededor de la columna, atravesó
el corredor y se escondió en el cuarto en el que está la escalera. Pero ¿cómo pudo haber quitado la soga
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