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Ahora nadie venía a verlos, pues Justino se había fugado a Rouen, donde se empleó en
una tienda de ultramarinos, y los hijos del boticario visitaban cada vez menos a la niña,
sin que el señor Homais se preocupase, teniendo en cuenta la diferen'cia de sus
condiciones sociales, por prolongar la intimidad.
El ciego, a quien no había podido curar con su pomada, había vuelto a la cuesta del
Bois-Guillaume, donde contaba a los viajeros el vano intento del f
armacéutico, a tal
punto que Ho mais, cuando iba a la ciudad, se escondía detrás de las cortinas de «La
Golondrina» para evitar encontrarle. Lo detestaba, y por interés de su propia reputación,
queriendo deshacerse de él a todo trance, puso en marcha un plan sercreto, que revelaba
la profundidad de su inteligencia y la perfidia de su vanidad. Durante seis meses
consecutivos se pudo leer en el Fanal de Rouen sueltos de este género:
«Todas las personas que se dirigen hacia las fértiles tierras de la Picardía habrán
observado sin duda, en la cuesta del Bois-Guillaume, a un desgraciado afectado de una
horrible llaga en la cara. Importuna, acosa y hasta cobra un verdadero impuesto a los
viajeros. ¿Acaso estamos todavía en aquellos monstruosos tiempos de la Edad Media, en
los que se permitía a los vagabundos exhibir por nuestras plazas públicas la lepra y las
escrófulas que habían traído de la cruzada?»
O bien:
«A pesar de las leyes contra el vagabundeo, las proximidades de nuestras grandes
ciudades continúan infestadas de bandas de mendigos. Algunos circulan aisladamente y,
quizás, no son los menos peligrosos. ¿En qué piensan nuestros ediles?»
Después Homais inventaba anécdotas:
«Ayer, en la cuesta del Bois-Guillaume, un caballo espantadizo...» Y seguía el relato de
un accidente ocasionado por la presencia del ciego. La campaña resultó tan bien que
encarcelaron al ciego. Pero lo soltaron. Volvió a empezar, y Homais también recomenzó.
Era una lucha. Venció Homais, pues su enemigo fue condenado a una reclusión perpetua
en un asilo.
Este éxito lo envalentonó, y desde entonces no hubo en el distrito un perro aplastado,
un granero incendiado, una mujer golpeada, de lo que no diese inmediato conocimiento al
público, siempre guiándose por el amor al progreso y el odio a los sacerdotes. Establecía
comparaciones entre las escuelas primarias y los hermanos de San Juan de Dios, en
detrimento de estos últimos, recordaba la noche de San Bartolomé a propósito de una
asignación de cien francos hecha a la iglesia, y denunciaba abusos, tenía salidas de tono.
Era su estilo. Homais minaba; se hacía peligroso.
Sin embargo, se ahogaba en los estrechos límites del perio dismo, y pronto sintió
necesidad del libro, de la obra literaria. Entonces compuso una Estadistica general del
cantón de Yonville, seguida de observaciones climatológicas; y la estadística le llevó a la
filosofía. Se preocupó de las grandes cuestiones: problema social, moralización de las
clases pobres, piscicultura, caucho, ferrocarriles, etc. Llegó a avergonzarse de ser
burgués. Se daba aires de artista, fumaba. Se compró dos estatuitas chic Pompadour para
decorar su salón.
No salía de la farmacia; al contrario, se mantenía al corriente de los descubrimientos.
Seguía el gran movimiento de los chocolates. Fue el primero que trajo al Sena Inferior
cho-ca y revalencia. Se entusiasmó por las cadenas hidroeléctricas Pulvermacher(1); él
mismo llevaba una, y por la noche, cuando se quitaba su chaleco de franela, la señora
Homais quedaba totalmente deslumbrada ante l
a dorada espiral bajo la cual desaparecía
su marido y sentía redoblar sus ardores por aquel hombre más amarrado que un escita y
deslumbrante como un mago.
1. Era una cadena de cobre y zinc inventada por Pulvermaches, cuyo principio era la utilización de la pila
de Volta para fines médicos.
Tuvo bellas ideas a propósito de la tumba de Emma. Primeramente propuso una
columna truncada con un ropaje, después una pirámide, después un templo de Vesta, una
especie de rotonda..., o bien «un montón de ruinas». Y en todos los proyectos, Homais se
aferraba a la idea del sauce llorón, al que consideraba como símbolo obligado de la
tristeza.
Carlos y él hicieron juntos un viaje a Rouen para ver sepulturas en un taller de
marmolista, acompañados de un artista pintor, un tal Vaufrylard, amigo de Bridoux, y
que pasó todo el tiempo contando chistes. Por fin, después de examinar un centenar de
dibujos, pedir presupuesto y de hacer un segundo viaje a Rouen, Carlos se decidió por un
mausoleo que debía llevar sobre sus dos caras principales «un genio sosteniendo una
antorcha apagada».
En cuanto a la inscripción, Homais no encontraba nada tan bonito como: Sta, Viator(2),
y no pasaba de ahí; se devanaba los sesos, repetía continuamente: Sta, Viator... Por fin,
descubrió: amabilem conjugem calcas!; que fue adoptada.
2. Sta, Viator: amabilem conjugem calcas: Detente, viajero: estás pisando a una amante esposa.
Una cosa extraña es que Bovary, sin dejar de pensar en Emma continuamente, la
olvidaba; y se desesperaba al sentir que esta imagen se le escapaba de la memoria en [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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